Grava, que así se llama mi amigo, no quiere que cuente lo que me dice, no quiere que nadie sepa los secretos que entraña el pasar tantas horas viendo como el mundo se mueve al lado de él, familias enteras de camino a unas playas de toallas donde la única arena que hay es la que está a 10 cm del agua, grupos de amigos celebrando fiestas a espaldas de sus durmientes parejas, camioneros hartos de estar solos en sus cabinas deseando contar a cualquiera lo que piensan mientras ven pasar km, chicas solitarias que en tanto no encuentren novio les vale el primero que pillan, en fin, Grava siempre dice que si un día él escribiera un libro sería un best seller .
Un día me contó que estando cerca de Vitoria (él viaja mucho, se pega a cualquier rueda y se suelta donde él quiere, le gusta ver mundo al chaval), un domingo de julio sobre las cuatro de la tarde, le llamó la atención dos parejas de Guardias Civiles que estaban haciendo un control de alcoholemia.
Le resultó raro por la hora y decidió quedarse a ver qué ocurría. Vio cómo paraban un coche tras otro, ora un camión ora una moto, vamos lo que viene siendo un control de alcoholemia. En una de estas, detuvieron el coche de un joven, Grava sabía que dentro viajaba un joven por el “chunda-chunda” del equipo de sonido y porque él bota en el asfalto ante tanto abuso de graves. El caso es que el chaval sopló sin ningún problema y al ver que los Guardias le pasaban al aparatico de los tickets, ya sabía que había dado algo en alcohol. El chico explicó a los Guardias que no había bebido nada y que si daba algo era porque la noche anterior se había puesto como un cesto y que no había dormido bien, además de no haber comido(que ya es delito el no comer, en fin).
Los Guardias le explicaron que, además de denunciarlo, no le podían dejar seguir conduciendo hasta que no le bajase la tasa de alcoholemia, y que si quería, podía llamar a algún amigo o familiar para que se hiciera cargo del coche y llegar a su destino. Éste se lo pensó más bien poco y llamó a su padre,” ja,ja , a su padre manda cojones”,me decía Grava,” llamo yo en esas circunstancias a mi padre y me hace arena”.
Pasó el rato y apareció un coche conducido por una señorita muy bien parecida y un señor de mediana edad, la hermana y el padre del “joyita”, pensó Grava. Nada más bajarse del coche y con una cara de “te voy a dar”, el padre se acercó al chiquillo gritando, “eres un desgraciado, yo no sé que voy a hacer contigo, no sales de una y te metes en otra, joder si es que no espabilas”, y toda la clase de improperios que un padre le puede decir “con cariño” a un hijo.
El Guardia le preguntó que si él se iba a hacer cargo del coche, a lo que el padre le dijo que sí y que en el que llegaron lo conduciría su hija. Por tanto, el Benemérito le invitó a hacer la prueba de alcoholemia ,el padre muy efusivo agarró el alcoholímetro y sopló con fuerza y preguntó con más calma que cuánto había dado su hijo. Grava me decía que flipaba, “qué coño más da, ha dado y punto”. Ante la insistencia del señor, el Guardia tuvo que reprimir una sonrisa al contestarle “pues resulta que usted ha dado una tasa más alta que su hijo”, quien, como Grava, no paraba de reír. Avergonzado, el pobre paisano reconoció que estaba, tan a gusto con su pacharán en el sofá viendo la última etapa del Tour de Francia cuando le llamó su hijo. Menos mal que la hermana no dio positivo y se llevo a los dos a casa, con Grava pegado a las gomas para no perderse ni coma de la conversación camino del hogar.
